2ª Reunión: LA UNIVERSALIDAD Y YO
Unas
interminables lágrimas resbalaban por mi rostro, cuando rememoré la época en la
que de una forma muy inmadura adopté una postura que no me hacía bien. Por unos
instantes quise incluso golpearme por estúpida, como si yo tuviera todo el
poder para haber creado esas situaciones que no me favorecían. En mi camino
hacia la madurez, me había dado cuenta de que no todo depende de mí y de que
mis vivencias son cosas de todos sus protagonistas, que nada ni nadie está en
mi contra, que nada es personal, sino experiencial y que gracias a la
experiencia se aprende. Sonreí al sentir que la vida siempre está en nuestro
favor y que somos nosotros, que todavía inmaduros nos ponemos de culo y nos
resistimos al aprendizaje, pues eso trae consigo cambios y parece que a los
humanos nos cuesten una barbaridad cada pequeña transformación que tengamos que
hacer, siempre decimos que más vale bueno conocido que malo por conocer, y ese
es en realidad el gran problema, pues si dejáramos de etiquetar en bueno y
malo, seríamos más valientes para adentrarnos en conocer lo desconocido y
ampliar nuestro mundo.
Pues aún
sintiéndome orgullosa y alegre por haber dado con esta satisfacción, un
estúpido centuriano de la estrella de Alpha Draconis, se cachondeaba de mis
conclusiones. Eso me irritó lo más, pues me pareció de muy poca consideración
reírse en mis narices y menos por algo que me daba serenidad.
Fue entonces
cuando una perfecta estela de nombre Minotauro que andaba por allí, decía que
procedente de un paraíso sin fin, localizado en las brumas de Arcturus, me
recomendó que ignorara al centuriano. Parecía ser que aquel estorbo de energía
siempre se andaba con risas ante cualquier descubrimiento emocional humano,
decíase – según la minotaura – que llevaba eones burlándose de la gilipollez
humana, que se lo pasaba bien ridiculizando a todo aquel que pensara y sacara
conclusiones de algo, como si esas conclusiones fueran la panacea o una
sabiduría universal.
La rabia
hizo que cesaran las lágrimas, y no sólo eso, sino también la capacidad de
continuar rememorando y sintiendo mis propios avances quánticos. El puto
centuriano se seguía riendo de mí y yo allí estaba luchando entre ignorarlo o
darle un guantazo. De repente escuché una diminuta vocecilla que me decía:
-
Métele,
métele, dale fuerte, cállale la boca, es un intruso, no te achantes que tú
vales mucho y ese no tiene donde caerse muerto.
Cuando miré
hacia abajo, me encontré con un diminuto ser que no puedo describir pues cuando
me quería fijar bien en su forma, todo se tornaba borroso, era tan agitada su
energía que no podía enfocarla con la capacidad de mis ojos. Así tuve que
desistir en concretar de donde procedía aquella voz diminuta, casi podría decir
que extinta y que me provocaban ganas de pisar.
Sentí que
tenía que ser fuerte ante el control de mis impulsos y que como en mis
conclusiones había dicho, nada estaba en mi contra, ni nada era personal, así
que lo que dijera el centuriano me iba a dar igual y las ganas de conflicto de
la pulga esa, también. Gracias a disponer de ese poder, al levantar la mirada
pude ver algo excepcional, la minotaura estaba postrada bajo un roble
descomunal. Me dijo:
-
Ven,
acércate, recuéstate conmigo, quiero enseñarte algo, haber si puedes sentirlo…
Y me invitó
a que me tumbara con ella bajo el abrigo de aquella centenaria copa. Lo hice.
Estaba deseando sentir lo que la joven me quería transmitir.
Los rayos
solares, cristalinos y fugaces, penetraban cada hueco entre las hojas y ramas
de la copa, alcanzando nuestros cuerpos, estirados sobre un manto de hierba
fresca, florecillas e insectos varios.
-
¿Insectos…?
¿Florecillas…? ¿Hierba fresca…? ¿De qué estás hablando…? Aquí no hay nada de
eso – me aseguró la minotaura algo extrañada por mi confusión -.
-
No entiendo,
yo siento estar tumbada sobre la tierra, puedo olerla.
-
Me lo temía
– se quejó para dentro como si hablara con ella misma – me lo temía… estás poseída.
-
¿Cómo? ¿Qué
estás diciendo…? ¿Poseída…? – casi le grité.
-
Si, lo
siento. A casi todos los humanos os pasa lo mismo. Todos creéis que en el
Universo las realidades son paralelas a vuestro mundo. Os encanta sentiros en
centro de atención de la galaxia. Mira chica, para nada. Estás proyectando una
imagen conocida para ti, grabada en tu retina, fácil de reconocer por tu
energía y eso no te permite ver, ni dónde estás, ni qué hay aquí, diferente a
lo que conoces. Vas a tener que hacer un esfuerzo – me recomendó con muy buen
talante por su parte, animándome a que me permitiera desprogramarme de los paisajes
y de la naturaleza del planeta tierra, para poder sentir la otra.
-
Voy a
intentarlo – le aseguré – pero no puedo prometerme que lo lograré.
Era cierto,
tenía serias dudas en si podría alcanzar a deshacerme de todo lo que mi Ser
Humano conoce y que está supeditado a su vida en el planeta tierra. Jamás antes
había tenido experiencias de este tipo, en las que otros seres extraterrenales
hablaran conmigo y me enseñaran otros confines del Universo. Era cierto que en
aquella preciosa escena, yo había proyectado un árbol y había sentido la
tierra. ¿Era posible entonces que este elemento, la tierra, no formara parte de
otras realidades quánticas y que no tuviera sentido expresarla como yo la
conocía?
Me estaba
comenzando a resultar muy difícil habitar en otros mundos y realidades, me
sentía torpe y de nuevo un infante que tenía que volver a aprender, si quería
madurar para habitar en la adultez. Pensé que era un cuento de nunca acabar,
cada paso que te llevaba más allá de tu mundo, era volver a empezar y siempre
lo hacías desde la infancia, algo que me hacía sentir terriblemente agotada.
De nuevo las
lágrimas surcaban mis mejillas, de nuevo las carcajadas del estúpido centuriano
que no cejaba de mofarse en mi cara, sin ningún tipo de consideración y mucho
menos de compasión. Me incorporé rauda, movida de nuevo por la rabia y tal y
como esta apareció, también lo hizo la microvocecilla infernal:
-
Métele,
métele, déjalo cao. Vamos, fuerte, dale… - me insistía, como si creyera que la
iba a obedecer. Imposible. Cada vez que la pulga aparecía me daban ganas de
pisarla, me di cuenta que en mi interior ya no tenía ninguna presencia. Me
alegré. Al menos el microorganismo inservible, podía ser asesinado. Así lo
hice. Sin pensármelo, lo pisé con fuerza e incluso lo restregué bajo mis pies.
Nunca más volvería a molestarme. Me sentí feliz.
Ahora
solamente me quedaba bregar con el puñetero centuriano y por supuesto con la
minotaura, que de pronto me había provocado desconfianza. Los observé a los
dos. Mientras la minotaura hacía verdaderos intentos por mostrarme lo
desconocido y de ayudarme a integrarme en mundos muy diferentes al mío, el
centuriano se reía en mi cara, como si todo aquello fuera una absurdidad
inventada.
Me puse muy
seria ante ambos, quienes me miraban esperando a que me decidiera si creía a
uno o al otro, incluso me pareció que a ellos tanto les daba lo que yo
eligiera, lo que querían era que me decidiera. Me quedé un buen rato de brazos
cruzado reflexionando. No estaba de acuerdo con el centuriano, pero había algo
de él que me atraía ¿y si tenía razón…? ¿y si todo era una invención…? ¿y si yo
era una ilusa aburrida allá en la tierra, que quiere cosas nuevas porque cree
que ya lo ha vivido todo…? ¿y si el alpha lo que quiere es que no huya de un
planeta que no ha podido todavía enseñarme todas las maravillas que contiene…?
¿y si…? Me di cuenta que conforme yo hacía estas elucubraciones el centuriano
había dejado de reír. Ahora me miraba muy serio, poderoso, incluso diría que
contento, tanto que pude verlo atractivo y todo aquel sentimiento anterior
ahora se estaba convirtiendo en amor. Lo comprendí. Nos miramos fijamente a los
ojos. Sentí su amor, su forma de comunicarse conmigo. Sentí como la burla fue
su manera de llamar mi atención. Le sonreí. Lo había comprendido.
Me dirigí
ahora hacia la minotaura. Era preciosa. Ella me miró generosa, ofreciéndome el
Universo al completo. Invitándome a penetrar en él a mi antojo, con su
compañía, con su energía y sabiduría como guía. Me sentí profundamente
agradecida. Nos miramos, nos comprendimos. Nos abrazamos.
Aquel
torbellino interior había desaparecido. Me sentí aliviada profundamente. Lo
estaba entendiendo todo. No se trataba de elegir a uno u a otro, se trataba de
aunar ambas energías, de salir a la universalidad sin huir de lo terrenal y de
vivir lo terrenal con espíritu universal. Lo había entendido. En mi interior
ahora había silencio. Nada más. Sólo silencio y paz.
El sonido de
la música me sacó de la meditación. Me sequé las lágrimas. Mi pareja había
puesto nuestra canción favorita. Le sonreí sin mediar palabra, agradecida por
aquel hermoso momento. Bretón, me tendió su mano y bailamos, bailamos sin que
nada pudiera detenernos. Me sentí fuerte pisando con mis pies en la tierra,
mientras mi alma surcaba realidades quánticas interminables. La música
acompañaba todas mis células y ahora él cuando me miraba podía ver el Universo
en mis ojos, pues ese silencio tan hermoso, me permitía proyectar la luz de
cualquier rincón.
Joanna Escuder
27 de Marzo de 2018