Tras el hermoso reencuentro con mis ancestras, mis bisabuelas, JUANA PÉREZ y MARIANA ESCUDER, las que en realidad han dado el nombre a la escribana que llevo dentro, he sentido escribir este texto. Sé que quiero decir algo muy alto y claro y así me he permitido volver a deslizar la pluma por el lienco en blanco... mientras unas florecitas blancas de almendro me abrazaban...
Cierro los ojos y puedo ver el Mar, y pese
a ser sordo también lo puedo escuchar. Saboreo toda la intensidad de su sal,
percibiendo el infinito aroma de toda su profundidad.
Aquí me encuentro, tocando cada palmo de
este hermoso lar, emocionado al poder recordar, el día que partí de aquella
isla oculta bajo las aguas de sal.
En ese increíble lugar, que aún muchos no
recuerdan habitar, viví y aprendí todo lo que hoy soy capaz de expresar.
De repente, abro los ojos, una poderosa
fuerza me ha despertado, me ha tocado el hombro y me ha susurrado que han
llegado los tiempos de emerger, tal cual lo hace un vergel, cuando invade de
vida toda aridez.
Emocionado, siento mi garganta emitir
sonidos que quedaron ahogados, en esa isla ancestral, de la que muchos hablan,
pero no se atreven a explorar.
Hoy, estoy aquí, viajo desde el ayer, Mu es
nuestro nombre, fui uno de sus habitantes, uno de esos seres que aprendiendo a
ser amantes, sobrevivieron a todas las epidemias de hambre, permaneciendo -
pese a todas las catástrofes - impertérritos en nuestras naves, sabedores de
que será el tiempo quién nos devolverá nuestra identidad.
Si, Mu ha regresado, hemos regresado, pero
sólo seremos visibles a quién nos coja de la mano. ¿Vamos…?
Sin dudarlo, tomas mi mano, y sin
aferrarnos, nos sumergimos para viajar a nado, hasta dar con ese pedazo de
tierra que en su día ocupamos.
Tomo un puñado de ella, me habla de los
días en los que la arábamos, para dejar caer cientos de semillas, con la
certeza de que el tiempo nos entregaría, los frutos del Árbol de la Vida, los
que yacieron encerrados en cada una de esas semillas y que lograron tomar vida,
durante vidas y vidas, cuyas infinitas ramas nacidas, germinaban brotes que
contenían toda nuestra energía.
Hoy hemos regresado, el Árbol de la Vida
vibra, mientras se escucha la voz del Templo, donde las Sacerdotisas oran, las
Amazonas lo celebran, las Artesanas crean hermosas odas y las más entrañables
dadoras, emanan el alimento que nos convirtió en eternos.
Tiemblo, casi no consigo creerlo, es
cierto, es el momento. Respiro profundo y eterno, asiento mi intención y sin
más… emerjo.
Ya no hay vuelta atrás, las aguas de sal no
son mi techo, pues hoy es únicamente el mismo Cielo, quien me da vida y
alimento.
Somos de Mu, de las lejanas tierras
sumergidas que han mantenido viva, la misma vida.
Joanna Escuder
20 de mayo de 2018